Me invitaste a vivir a tu lado una historia terrenal,
escuche muchas promesas de tu boca, y quise
creer de ellas, si no del todo por lo menos la mitad.
Juraste a mi persona un cielo eternamente despejado
donde cada día brillara cegadoramente el sol,
pero esas densas nubes, no las he coloque yo.
Necesitábamos mas que hablar la misma lengua madre
para poder entender, que las palabras no son siempre
la mejor opción cuando se trata de comunicar.
Tu pedias un par de frases, tan simple, insípidas para mi,
que prefería abrazarme fuerte a tu pecho, respirar
un poco y perderme en un sueño de ti.
En cambio, deseaba que no presionaras, pero encajaste
cada vez más fuerte tus manos en mi costado, espantando,
arrinconando mis sentimientos poco a poco contra la pared.
No supiste que era, no entendiste que decía, no pudimos:
yo hacerte escuchar lo que querías, tu entender que no
no puedo, que no sé cómo, que el silencio es parte de mi vida.
Fue tan difícil ceder, doblar un poco la mano y es que
nunca nos enteramos que no era un acto de sumisión, en
realidad era para tomar al otro y caminar a su lado…
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